Soy Chema, el nieto de Tomasa Espinosa, Román Jiménez y María Francisca Esquinas, residentes en su residencia de ancianos. Aunque mi abuela Tomasa falleció en 2013 y mi abuelo Román falleció hace ya más de tres meses, quería agradecerles todo lo que han hecho por ellos. En estos meses he estado reuniendo fuerzas para poder escribirles este correo, y como creo que nunca es tarde para agradecerles todo lo que han hecho y están haciendo por ellos, creo que les debía el agradecimiento por todos estos años en los que han atendido a mis abuelos como si estuviesen en su casa. Digo esto porque así lo sentimos la familia, la residencia de Ntra. Señora de la Soledad y el Carmen ha sido para mis abuelos su hogar desde 2007. Y no es porque nosotros lo digamos, ellos mismos lo decían. Mi abuelo siempre que salía a comer con nosotros y quería volver a la residencia me decía: "Hijo, llévame ya a mi casita" y creo que con estas palabras se resume el sentimiento que tenía mi abuelo hacia la residencia, su hogar.

Creo que mis abuelos han estado lo mejor que han podido estar, siempre atendidos por gente amable y muy profesional. Tal vez el eterno buen humor de mi abuelo y la bondad que describía a mi abuela Tomasa ayudaban, pero siempre he visto que el personal que atiende a los ancianos lo hace con el mayor de los respetos y atenciones que nuestros mayores se merecen, siempre con amabilidad y paciencia. 

Como decía, mis abuelos han estado atendidos mejor que en casa. Hasta que mi abuela falleció, compartieron habitación en la cual pudieron tener hasta televisión propia gracias a que la dirección les dio permiso para poner un cable de antena y poder ver su televisión. Las habitaciones que han ocupado siempre han estado limpias, nunca les ha faltado de nada y siempre que avisaban a las chicas éstas venían a atenderlos con la mayor brevedad posible. Mis abuelos han tenido todas las comodidades que han querido, se les permitió tener un frigorífico pequeño donde mi abuelo guardaba sus botellas de agua fría y la fruta que no se comía en la comida para luego comer algo a media noche. Los últimos años, cuando ya mi abuelo estaba solo en su habitación, prefería no cenar mucho tomándose una sopa o lo que hubiese de primero y le pedía a las chicas una tortilla francesa para a media noche comérsela con un trozo de pan que también le guardaban.

Puedo decir que mi abuelo tenía cierto don de gentes, allí donde fuese hacia amigos y en la residencia no le han faltado nunca amistades con las que bromear, jugar a las cartas o al dominó. Por no hablar de las actividades diarias, donde la psicóloga hacía juegos con ellos o incluso hacían manualidades o participaban en el belén viviente que hacen los residentes todas las navidades y, en el cual, mi abuelo siempre ha participado como rey mago. Un año fueron al colegio público de Soledad Sainz para dar la sorpresa a los niños. Nunca olvidaré cuando mi abuelo fue la primera vez y me lo contaba con la misma ilusión que los niños a los que fue a ver. 

He de comentar que tanto las actividades dentro de la residencia como las excursiones les daban la vida a los residentes, por ejemplo las comidas en Remedios donde se pone música y bailan, las actuaciones musicales, bailes que en muchas ocasiones sorprenden a los residentes, ir a ver las luces de la Navidad a Madrid o la invitación de chocolate con churros de todas los años en las fiestas patronales. Todas éstas hacen que la vida de los residentes sea mas animada de lo que muchos de nosotros tenemos.

Agradecer también el amplio horario de visita de la residencia que hacía que pudiésemos ir a verlos a cualquier hora del día sin problema alguno (el pasar por la puerta y poder entrar aunque fuese cinco minutos para preguntarles qué tal estaban y poder marcharte tranquilo de ver que se encontraban bien, no tiene precio). 

Por no contar con los grandes espacios donde podíamos estar horas hablando de nuestras cosas, jugando al dominó o al parchís, ya fuese dentro o en el amplio jardín que rodea la residencia, o esa gran terraza donde hemos celebrado muchos cumpleaños con el buen tiempo o la sala de actividades donde si el tiempo no acompañaba pudimos celebrar otros tantos. Aunque los últimos años preferíamos reservar y comer todos juntos en el comedor, comida digna de un buen restaurante que, por un módico precio, nos permitía celebrar el cumpleaños de mi abuelo sin salir de su casa o simplemente ir a comer con ellos cualquier día a acompañarles. Y hablando de comida, mentiría si dijese que la comida estaba mala. Algo que creo que es de agradecer es la calidad y la variedad en el menú de la residencia (creo que ninguna vez he oído a mis abuelos quejarse de que algo estaba malo, si lo estaba era porque seguramente no era de sus platos preferidos). Pero, por mi parte y por las veces que he comido allí, puedo decir que la calidad de la comida es digna de hacerse notar.

Sólo me queda agradecer, por última vez, el trato que han recibido y reciben mis abuelos en su residencia, el carácter amable y cercano de todos sus trabajadores es algo que cabe destacar. Sin duda alguna, si alguien me pidiese consejo para una residencia de ancianos no dudaría en decir que la residencia de "las monjitas", como se conoce en Colmenar, sería la que recomendaría. Creo que mi carta detalla perfectamente lo que tanto yo como mi familia piensa de la Residencia de Ntra. Señora de la Soledad y el Carmen.

Muchas gracias por todo en nombre de mis abuelos y en el de mi familia.

Chema

Tomasa Espinosa y Román Jiménez, matrimonio, naturales de Porzuna (Ciudad Real), ingresaron en la Residencia Ntra. Sra. de la Soledad y del Carmen el 21 de diciembre de 2007 y el 16 de enero de 2008, respectivamente. Tomasa falleció el 25 de julio de 2013, a los 88 años; Román falleció el 19 de abril de 2018, a los 93 años, los últimos diez en esta casa.